Libro de Manuel
Morales Álvarez
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No me cansaré de reivindicar la
democracia. La conquista política más grande de la historia humana lo merece. Cuando
ella alcance la madures, nuestros pueblos serán libres y felices.
Una de las virtudes que tiene, es ser un
instrumento efectivo de la lucha contra la corrupción pública. Pareciera una
falsedad decir esto, a la luz de las “democracias” corruptas que soportamos en
el continente, pero no lo es.
Lógicamente me refiero a la democracia verdadera, no a las
“democracias” bananeras, que la poca cultura democrática de nuestros pueblos
tolera. Me refiero a la democracia que aprobaron por unanimidad los políticos
del continente, en la XIX asamblea de la OAE en Lima Perú, el 11 de septiembre
de 2001. La democracia de La Carta Democrática Interamericana
(CDI).
La democracia
que respeta derechos humanos y
las libertades fundamentales. La democracia donde los gobernantes se
sujetan al Estado de Derecho y donde
se celebran elecciones periódicas,
libres, justas. La democracia del régimen plural
de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos
(artículo
3 CDI).
Esta es la
única democracia, el saldo son cuentos chinos. Como la definida en el artículo
35 de la
Declaración de Santa Cruz, del G77 más China. Me indigna que esta
declaración lleve el nombre de mi tierra.
La CDI expresa en su artículo
4: “Son componentes fundamentales del
ejercicio de la democracia la
transparencia de las actividades gubernamentales, la probidad, la responsabilidad de los gobiernos en la gestión
pública, el respeto por los derechos
sociales y la libertad de expresión
y de prensa”.
Los artículos 3 y 4, de
la mencionada Carta, son un antídoto contra pillerios célebres
como el de Petrobras, la familia K, o el Fondo
Indígena. Estos dos artículos hacen que democracias más avanzadas minimicen
la corrupción.
En suma: las “democracias”, que concentra el poder
en una sola mano, son el caldo de cultivo ideal para la corrupción y la
impunidad. En cuanto la transparencia, la probidad de la clase política, la
independencia de poderes, la libertad de prensa y de expresión; intrínseca a la
democracia, son sus enemigos mortales.
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